lunes, 31 de marzo de 2008

I

I

Mi madre siempre me contaba la verdadera historia, me decía, eres nieto del General Don Porfirio Díaz. Movía dificultosamente su enorme cuerpo y renegaba de quien había dicho que durante la batalla contra el imperio mi abuelo se había escondido debajo de las enaguas de Juana Cata, y es que ella sabía la verdad: no eran unas enaguas vulgares de india, sino una Falda de corte francés, satinada, azul, con un encaje blanco y entorchado.
La patrulla casi lo coge, sin embargo mi abuela levantó sus faldas mostrando sus muslos blancos de francesa permitiendo que Porfirio, que aún no tenía el título de General, se escondiera ahí, sólo esa vez lo vio, pero fue suficiente.
La abuela nunca contó con detalle lo que sucedió debajo de su falda, quizá realmente nunca nadie lo supo, ni siquiera mi abuelo.
Un solo día, un momento con el soldado.
No sabemos con exactitud si el abdomen abultado o la relación que mantuvo con un jornalero, mi otro abuelo, fue la causa final, pero el padre de mi abuela, francés de nacimiento, la echó de casa y le negó la pequeña fortuna del modesto negocio familiar.
Recorrieron el país, al igual que Jesús y María, con su hijo en el vientre y un burro con sus cosas, hasta toparse con un pueblo que los acogió, un pueblo que su mayor grandeza la llevaba en el nombre, de la misma forma que mi abuela en el vientre: Las Lumbreras.
Así me lo contaba mi madre, quizá con más pasión o con algunas palabras más fuertes, pero siempre la misma historia, y debo confesar, alguna vez la creí.

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