viernes, 30 de mayo de 2008

IV

Cuando mi padre regresó, por última vez del otro lado, aquella historia se fue, o al menos se dejó de contar.
No es que la prohibiera, sin embargo se esforzó en hacer que mi madre la olvidara, quizá por la vergüenza de aquellos actos que había hecho la abuela, o porque desde un inicio sabía perfectamente que aquella historia tenía más de cuento que de verdad. Le causaba gracia, pero nunca se rió. Que Romana la contara lo tomaba con indiferencia, pero que la creyera era preocupante, sobre todo porque se acentuaba en su ausencia, cada regreso era encontrar una familia muerta de hambre y una esposa repitiendo la misma historia, regodeándose en un árbol genealógico y en una falda satinada con listón blanco y entorchado que la dotaba de cierta aristocracia, de orgullo; de un pinche orgullo, decía mi padre, de un pinche orgullo que no llena la panza.

1 comentario:

Isis dijo...

¡Hola!

Puede que ya lo haya fastidiado, si es así digámelo por favor; de no ser el caso...

***Me alegra que la inspiración haya llegado a su vida de alguna u otra forma***

***Espero que su inspiración nunca se aleje de unted para que siga escribiendo esas bellas historias, que aunque a algunos les paresca poco, a mi me parecen fascinantes.***